Peinarse con coleta y afeitarse la parte frontal de la cabeza era algo obligatorio en la China manchú, bajo pena de muerte. El pánico se extendió cuando algunos cortaron las coletas para robar las almas.
De acuerdo con el pensamiento tradicional chino, el alma humana tiene una existencia precaria y es vulnerable al robo y a la pérdida. Se piensa que cada persona tiene dos almas: po, que rige funciones físicas, y hun, que gobierna la mente y el corazón. El alma hun puede apartarse del cuerpo en ocasiones, por lo general cuando una persona duerme o está en un estado hipnótico. Si no puede regresar al cuerpo, la persona enferma, enloquece o muere. Los demonios o los espectros pueden apoderarse del alma hum errante y extraerle su esencial vital. Los seres humanos malvados también pueden robar el alma, casi siempre mediante la magia o los hechizos o recortando figuras humanas de papel llamadas maniquíes.
En 1768, una oleada de robos de almas se extendió por el centro de China. Los pordioseros y los monjes eran acusados de cortar el cabello de las coletas de los hombres para insuflar sus almas a los maniquíes. Los hombres enfermaban y morían mientras los maniquíes cobraban vida al ser rociados con la sangre humana; después se dedicaban a robar a otros sus posesiones. En la provincia de Zhejiang un hombre intentó robar las almas de sus dos sobrinos. Escribió sus nombres en unos pedazos de papel y pidió a un trabajador que los clavara en los pilotes de un puente que estaba siendo reparado, pero el trabajador lo denunció y el hombre recibió 25 azotes por intentar robar almas.
Seis años antes de este incidente, según testimonios chinos de la época, un monje mendicante fue condenado por hechicería, al robar almas cerca de Nanjing. Sesenta años antes, se decía que 11 niñas de corta edad habían muerto en Zhejiang cuando les fue chupada su esencia corporal vital. Las autoridades culparon a un hombre de 70 años de edad y lo sentenciaron a muerte, rebanándolo lentamente.
Los pordioseros y los monjes fueron exculpados finalmente del delito de robar almas. Sin embargo, ni esto pudo acallar el viejo temor que latía en los corazones de la gente.
En 1768, una oleada de robos de almas se extendió por el centro de China. Los pordioseros y los monjes eran acusados de cortar el cabello de las coletas de los hombres para insuflar sus almas a los maniquíes. Los hombres enfermaban y morían mientras los maniquíes cobraban vida al ser rociados con la sangre humana; después se dedicaban a robar a otros sus posesiones. En la provincia de Zhejiang un hombre intentó robar las almas de sus dos sobrinos. Escribió sus nombres en unos pedazos de papel y pidió a un trabajador que los clavara en los pilotes de un puente que estaba siendo reparado, pero el trabajador lo denunció y el hombre recibió 25 azotes por intentar robar almas.
Seis años antes de este incidente, según testimonios chinos de la época, un monje mendicante fue condenado por hechicería, al robar almas cerca de Nanjing. Sesenta años antes, se decía que 11 niñas de corta edad habían muerto en Zhejiang cuando les fue chupada su esencia corporal vital. Las autoridades culparon a un hombre de 70 años de edad y lo sentenciaron a muerte, rebanándolo lentamente.
Los pordioseros y los monjes fueron exculpados finalmente del delito de robar almas. Sin embargo, ni esto pudo acallar el viejo temor que latía en los corazones de la gente.